Del reilusionamiento con la naturaleza (o los 4 Antes)

reacción & ʕ •ᴥ•ʔ.
7 min readJan 10, 2022

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Philomé Obin, Carnaval (1964)

De la naturaleza se habla poco, se habla mucho de la era geológica, de la crisis climática, del impacto de la especie humana sobre el medio ambiente, etc., pero eso es hablar no de la naturaleza sino de la actualidad, como preguntar cuánto vale algo en una esquina del centro, caminar una cuadra y volver a preguntar lo mismo. No digo que esté mal, la crisis climática, la era geológica, como tema de conversación. Me pregunto qué pasa con la naturaleza. Para qué sirve, me pregunto. ¿Que para qué tantos árboles, dunas, cursos de agua subterránea o nubes? No me estoy preguntando eso, entre otras cosas, porque la naturaleza no es el planeta. Tampoco las determinaciones que fijan las esencias. No me estoy preguntando qué es ser perro, ser bípedx, ser unx ciudadanx, ni pidiéndole un carácter incuestionable a las cosas.

En realidad estuve leyendo a Gumier Maier, un texto que ya había leído, hace bastante: “El porvenir del arte”. Es uno de los últimos textos suyos que conozco.

Gumier se imagina que la naturaleza sobreviene al final de la historia. La historia humana es la historia de la explotación, de las bestias (los animales de carga, etc.) y del planeta (que no es la naturaleza). Pero el lento trabajo de la revolución (que para una mente maoísta dura miles de años) lleva las formas sojuzgadas de regreso a un lugar en el que nunca estuvieron, a la libertad. Especies que no existirían de no ser por la explotación (como el caballo) pueden entonces vivir felices, recreativamente. Eso es el arte, para él. Es la “naturaleza” que hasta ahora solo existió en estado de invento extraño.

Al planeta, lxs filósofxs lo están cansando. Existen cientos de teorías de qué hacer con él, si convertirlo, o no convertirlo, en cientos de cosas, si modificarlo, si dejarlo como está, abandonarlo, hacerlo crecer, reducirlo, ampliarlo, etc. Contraintuitivamente, el asunto de la naturaleza es más virgen. No se puede hacer nada con ella. La palabra, además, apesta a esencialismo. Pero es muy difícil la crítica del artificio y de la ampulosidad (la crítica de Gumier al arte del presente) sin un guiño a la idea de naturaleza.

Decir que alguien es frescx, que se desenvuelve en su medio (la pintura, el dibujo, la palabra) que puede reír o ser brutal con gracia como unx gatitx que da pisotones sin orden, alguien que no vive el arte con dificultad o que lo vive con dificultad pero para obtener de la dificultad la gracia de la torpeza, todo es muy difícil si ponemos el concepto de naturaleza en el armario.

A Mao Tse-Tung se lo cuestiona a veces sin conocerlo. Bernardo Kordon viajó a China y a su regreso publicó un libro muy bueno sobre la revolución cultural, China o la revolución para siempre, por Jorge Álvarez. El libro no es solamente publicidad maoísta. También es un relato del malentendido político e idiomático entre el marxismo occidental y el chino. Muchas cosas creía Kordon al llegar, y grandes decepciones se llevó (o mejor dicho, grandes reilusionamientos: la mayoría de sus reparos con el maoísmo estaban basados en datos que se probaron falsos, una vez en China). Fue hablando con la gente que Kordon se enteró de los “4 antes”, o “4 primeros” (depende la traducción), 4 reglas para el trabajo político dentro de las industrias, la defensa y la cultura.

Son estas:

* Antes el factor humano que el factor técnico (máquinas, procedimientos, etc.)
* Antes el trabajo político que el resto de trabajos
* Antes el trabajo ideológico que el trabajo rutinario de gestión (dentro del trabajo político)
* Las ideas vivas que salen de charlar, antes que las ideas librescas (dentro del trabajo ideológico)

Quienes estudiamos ciencias sociales alguna vez, no oponemos naturaleza a “cultura” tanto como a “historia”. Lx salvaje no tiene historia, se repite (una idea libresca por antonomasia). Bien leída, esta idea delata terror a la naturaleza. La furia popular es una tormenta, cada revolución es un evento que cambia la faz del planeta. La hegemonía es muy frágil, incongruente y superficial. En cambio, el amor del proletariado es “más profundo que los ríos y los mares”, decía el oficial del ejercito chino Fei Rong-ching, con el que Kordon habló. La naturaleza es lo que la cultura pierde cuando se osifica (y no existe hegemonía posible sin un cierto grado de osificación). El trabajo político revivifica todas las industrias, las pone de cara a la naturaleza, las desburocratiza, como el bar abandonado que se llena de gente de golpe.

Obras de Mestre Didi (Salvador de Bahía, 1917)

En el arte, es muy común el problema de la osificación. El mundo del arte se junta a discutir en largos simposios, donde se habla de todo, pero principalmente de tres supersticiones: las instituciones, el planeta y el futuro de la democracia. Reina la melancolía, una preocupación tenue, de duermevela. Pero estas estructuras calcificadas a la naturaleza le dan lo mismo, puede destruirlas a su capricho y producir nuevos inventos extraños y leales solo a ella. Estos congresos de intelectuales suelen tener el aire y la luz baja de una casa de servicios fúnebres, y no un clima propicio a la formación de ideas, incluso si abundan los tecnicismos raros en la jerga filosófica. Esos tecnicismos nos alejan aun más de la naturaleza. Pasados veinte o veinticinco años, la obra de estos intelectuales es indiscernible de la antigua teología.

Es tentador, nuevamente, recuperar en el método de las ciencias sociales la obsesión planetaria de la filosofía. El planeta, aparentemente, tiene historia, cambia, se hiela, se descongela, aloja vida o la destruye, se somete al dictado infeliz de las civilizaciones, y admite que se hable continuamente de conexiones, capas, estratos, sinergias, emergencias, etc., que es lo que las ciencias sociales hacen cuando no están definiendo términos como complejidad, red, y cosas parecidas. Estas ideas hacen del pensamiento algo rígido, más que las bebidas frías. En cambio, la naturaleza es contradictoria e intolerante. También es aquello de lo que la vida inteligente no se puede sustraer (hay vida inteligente pero todavía no vida justa, como dice Quentin Meillassoux). A la vida inteligente, la contradicción la acecha. En la última película sobre la crisis global que la prensa consideró oportuna pero confusa, Don’t Look Up, el tecnomillonario/mafioso que arruina el planeta con su plan de extraer minerales de un meteorito dice que tuvo “un llamado de la naturaleza”, justo cuando todo sale mal. Pero no pensaba ir al baño sino escaparse en una nave espacial. Y no mintió, porque escaparse está en su naturaleza, como clavar el aguijón en la del escorpión. Aunque se desgasten hablando de la infodemia y de Trump, la película habla más de lo irracional que resulta un tipo de gobernanza donde todos buscan su beñeficio individual, confiando en que las emergencias autorreglativas que gobiernan las interacciones individuales, en su acumulación, permiten un resultado virtuoso. Es la superstición de la complejidad, la contracara de la superstición de la disrupción.

Debería llamar la atención que lxs teóricxs de la complejidad, que no pueden dejar de ver las telarañas de sus bibliotecas hasta en el desierto, se refieran al planeta en términos municipales.

Fabio Kacero (como ”Artesanías Luquitas”)

Hablar de problemas municipales, como el financiamiento de las instituciones artísticas, es hablar en todas partes de lo mismo como si se estuviera hablando de un problema local. Con el planeta ocurre algo inversamente parecido: ver el mundo como planeta (y no como naturaleza) es municipalizarlo, regionizarlo, convertirlo en un asunto como el alumbrado y la recolección de residuos. Es raro porque esta maniobra no se hace en las periferias, en las regiones alejadas de las metropolis, sino en los supuestos “centros”. No existe charla sobre arte más deslucida, chata y burocrática que la que puede tenerse en sus espacios sociales y geopolíticos más hegemónicos. El sociolecto de la hegemonía, la manera de pronunciar vocales y consonantes, va de la mano con la chatura gris de todo enunciado. Del mismo modo, casi no existen miradas sobre la ecología y el futuro del mundo más burocráticas en espíritu que esa típica charla sobre la crisis actual en una universidad estadounidense o europea.

Un amigo me decía que, en Brasil, la gente se va de las ciudades. El relato del arte brasileño originado en las grandes ciudades del sur no se soporta más, y la única forma de sostener una relación con la industria del arte es utilizarla como fuente de divisas que mejor pueden gastarse en el interior profundo. Hasta hace relativamente poco, la Pcia. de Buenos Aires no había disfrutado de un paisaje marcado por la profundidad como lo tiene el Brasil (el punto en el que la realidad colonial se revela contradictoria). El interior bonaerense en su mayoría es un hinterland, una franja de realidad colonial de cierto espesor, más que su límite. Los pueblos bonaerenses que recorría Eileen Agar de niña eran ingleses, tanto o más que ella. La vida empieza más allá. Agar tuvo que visitar Francia para conocer la naturaleza, sus pájaros, sus piedras extrañas.

Eileen Agar, collage (1970)

A ella también, la naturaleza estaba esperándola en un lugar inesperado.

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Claudio Iglesias (1982) desde 2005 escribe sobre arte en la prensa independiente o especializada. Más textos en claudioiglesias.tumblr.com

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