Cuadros de Cusnir
Hace unos años Ariel Cusnir empezó a pintar cuadros históricos, basados en la campaña del Ejército Grande, la derrota de Rosas y sus consecuencias, con algún elemento disparatado.
Estos trabajos pueden haber resultado, no indescifrables, pero sí un poco sorprendentes. La historia nacional (un terreno que, salvo para Cusnir y algunxs más, parece difícil de mirar) no es un tema aburrido sino un material excitante. Pero hay cierto enredo entre los héroes de Cusnir, su público y su momento histórico (el de los cuadros, el presente). ¿Qué quiere decirnos un artista que, desde 2016 en adelante, pinta las escenas de la derrota de la Confederación y la imposición del libre comercio bajo los auspicios del Imperio Británico? Es un poco como si quisiera revelar qué hay detrás de los siempre célebres cuadros de Cándido López de la guerra del Paraguay, donde la estructura social argentina sin embargo es opaca. (Detrás de las escenas de combate de López, si seguimos el material que integra Cusnir en estos trabajos, hay empresarios mafiosos y contactos demasiado fluidos con alguna potencia extranjera.)
Los cuadros además son revisionistas en un sentido explícito: están llenos de anacronismos. Pero eso no me llama tanto la atención, no me parece que sea esa su necesidad mayor. Lo que me llama la atención de las escenas que Cusnir detalla, como el encuentro del tramposo de Urquiza y el vizconde Mauá (un brasileño empresario y también mafioso) no son los anacronismos, los detalles de cueva financiera del despacho de Urquiza, las sillas de oficina, la indumentaria de pituco (el pañuelo rosa con forma de triángulo que lleva en el bolsillo, los mocasines). Estos elementos pueden estar o no. Lo que me llama la atención es que la historia resulte un material tan conducente.
Hace un tiempo estaba de moda la palabra “anacronismo”, el mundo del arte se había llenado de gente preocupada por el pasado: artistas que investigaban el archivo, revisionismos, un supuesto giro historicista… en estos enfoques, el pasado era algo opaco y siempre parecido a un objeto, un documento, un ítem en una colección. La máquina que proyectaba el pasado en la pared era siempre una forma de museografía, una “archivística”. (Se me ocurre el ejemplo de Mariana Castillo Deball.) Para Cusnir el pasado histórico en cambio es hiper narrable, como un comic. El camino de la historia es una vía semiótica de alta velocidad.
En el trabajo de Cusnir con el universo visual de la ilustración literaria, además, hay varias etapas. Siempre pintó escenas de libro de aventuras, con elementos recurrentes (superhéroes, campamentos, helicópteros) y la historia en su faceta literaria también estuvo presente. No es tanto la historia como aventura lo que tienen de especial estos últimos trabajos, sino que la misma historia sea una cadena de distorsiones.
Antes de los cuadros del Ejército Grande, Cusnir había estado pintando bares. Mucho del interiorismo del cuadro con Urquiza y Mauá procede de esta serie. También, su ánimo distorsivo. La situación de bar, podría decirse, es distorsiva en sí misma. El programa visionario en la pintura necesita de la distorsión con locura. Porque la pintura de Cusnir, aunque recurra a Urquiza y Mitre, es pintura visionaria, es una pintura de paisajes mentales.
Un ejemplo es el arte académico mexicano de 1900, la crónica del Porfiriato exangüe, protagonizada por una realeza azteca coqueta y macabra que vive en castillos de oro. Otro ejemplo es el realismo stalinista. Quienes anden por Málaga pueden ver los cuadros del Museo Ruso, una filial del Museo Ruso de San Petersburgo. No hay más que leer un fragmento de la gacetilla de una de las exhibiciones sobre arte stalinista, titulada Radiante Porvenir:
Muchos artistas dedicaron su trabajo al ejército y la armada: maniobras militares y desfiles, retratos e imágenes colectivas de soldados y comandantes, el equipamiento militar, la historia revolucionaria de las fuerzas armadas soviéticas; estas historias estaban llenas de eventos festivos, que organizaba periódicamente la dirección política del Ejército Rojo. Una presentación vívida y espectacular de los logros del país soviético fue un importante medio de agitación, diseñado para ayudar a movilizar a los ciudadanos para cumplir con las tareas políticas y económicas establecidas por el partido y el gobierno.
Si entrecerramos los ojos, la existencia de un Museo Ruso en Málaga nos recuerda la posibilidad de un estado comunista en la costa del Mediterráneo. Pero en el reino de España algunxs parecen no darse cuenta; la derecha política, allí más que en otros lugares, flota arriba de una tabla podrida (el estado español) en una unión política y aduanera incoherente y en un contexto geopolítico estresante: todos tienen la cuchara preparada para hundirla en el postre del raquítico, fraudulento estado colonial (empezando por Marruecos, Algeria y sus aliados). Tal vez los fascistoides españoles creen que, si le rezan mucho a Francisco Franco, sus caprichos pueden sobrevivir. Deciden voluntariamente no entender que son la vía de paso natural en un proceso demográfico y social muy agudo (la migración de África hacia Europa) que no es nada sino la expresión de la lucha de clases. Y el sindicato de metrópolis imperialistas vencidas y reagrupadas llamado temporalmente UE es la causa del problema, no la vía para resolverlo.
En pocos lugares es tan evidente que la derecha política se desliza al futuro sobre una alucinación, una negación completa de la realidad. No se trata de las distorsiones de las que está hecha la historia (y muchos cuadros de Cusnir). Hay una divergencia entre la negación como sustrato de un apego fantasioso a la normalidad y la distorsión como materia del cambio.
La negación sobre la que reposa la imagen del mundo de la derecha tiene siempre la misma fórmula: el mundo debe volver a ser normal, y es normal solo de una manera. (Es una ontología de bodegón, que entiende la realidad como un plato típico: ¿por qué tendría que ser diferente?) Lo anormal siempre es algo contra natura: el comunismo, la ideología de género, la corrupción, el “narcoestado venezolano”, este es el espejismo político en el que vive la derecha. El leit motiv subyacente suena a perogrullada estudiantil: lo normal es irreal, y lo irreal es normal.
En este contexto un parlamentario del estado español batió el récord de la declaración absurdista: habló de “bonos peronistas para comprar videojuegos y comics” criticando un subsidio a lxs jóvenes planteado por el gobierno. Una ayuda económica para quienes más sufren la precarización y los peores aumentos de precios en años. Pero esta medida fue entendida como una invitación a la cultura pop (que, al parecer, a la derecha tampoco le gusta).
Hay toda una percepción de los hechos, en este ejemplo. Sube el precio del gas, digamos. El salario de un joven alcanza menos que antes. Pero si el estado lo ayuda a reestablecer la cuenta de ingresos y gastos, mágicamente de la llave de gas empiezan a salir personajes de manga, superhéroes y peatones de GTA. Pensándolo bien, las divergencias identitarias del mundo hispanohablante podrían producir algo políticamente más interesante que estos desvaríos. Hasta el imperio español era más sexy que el apéndice que retuvieron sus herederos después de la quiebra. Si verdaderamente quieren recuperarse de Cuba y Filipinas, del Rif y tantas otras macanas, los viudos de la hispanidad derrotada deberían abrazar la idea de una España negra, africana y latina. Habría que procurar que España se parezca a una canción de Nathy Peluso, a una civilización grande más que a una democracia atrofiada.
Si se los deja a su arbitrio, como hace Cusnir, los requechos de civilización se organizan solos. El único requisito: el pensamiento visionario.